9 de junio (2018)… ayer mi hija cumplió dos meses. Iba a escribir “dos meses de vida”, pero no, su vida partió mucho antes. Hoy decidí que ya era hora de ponerme frente al computador y empezar a escribir mi experiencia de parto. Si me siguen en redes sociales sabrán que no fue la mejor. Y dolió. Y sufrí. Pero hoy duele menos, sufro menos, y por eso puedo sentarme a escribir.
El comienzo del fin
Con el fin me refiero al fin del embarazo. Para mí este comienzo fue el 6 de abril, dos días antes de que ella naciera. El día anterior, 5 de abril, tuve control con mi ginecóloga. Ya tenía 39 semanas de embarazo y no había signos de que el parto comenzaría. Entonces mi doctora me dijo que esperáramos una semana más y si no nacía hacíamos una inducción. Yo no quería una inducción. Como había pasado un buen tiempo desde mis últimos exámenes de sangre me dio una orden para repetirlos.
El viernes 6 de abril fui temprano a pincharme. Ya era cliente frecuente de ese laboratorio en Tobalaba. Pensé que sería un examen más, normal como todos. Me sentía bien, nada estaba fuera de lo común y fui con mi pareja a desayunar al café de abajo. Después él se fue a trabajar y y volví al departamento.
Por la tarde mi pololo (pareja, no estamos casados aunque vivimos juntos y tenemos una hija) volvió… y recordé que debía revisar el resultado de los exámenes.
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Los exámenes
Me metí a revisar los exámenes y todo se veía bastante normal. Excepto por un detalle. Las plaquetas salían bajas: 87 mil. El rango normal es entre 140 mil y 440 mil. Yo no le di importancia, pero mi pareja, siempre tan exagerado, me dijo que por favor le escribiera diciéndole a mi ginecóloga. Yo pensaba que era algo normal por el embarazo. Le escribí y para mi sorpresa me dijo que fuera a urgencias. Que pidiera que me hicieran exámenes, tomaran la presión y monitorearan. Agregó que esa noche quedaría hospitalizada.
En urgencias
Todo lo que me hicieron en urgencias salió normal. Examen de orina, presión, el monitoreo. Otro examen de sangre que no decía nada nuevo: las plaquetas estaban bajas. Eso sí, este nuevo examen descartaba un error de laboratorio. Finalmente quedé hospitalizada esa noche y durante 24 horas me harían otro examen, una recolección de orina para ver si tenía proteínas. Entonces me explicaron que uno de los síntomas de la preeclampsia (complicación grave del embarazo) es que bajan las plaquetas. Había que descartar que fuera eso.
Sábado 7 de abril
Este día es importante porque era mi fecha probable de parto. Estaba cumpliendo 40 semanas, un embarazo completamente de término. Inevitablemente leí cosas sobre las plaquetas bajas y para mí lo peor que podía pasar era que me hicieran una cesárea con anestesia general. Con las plaquetas muy bajas no pueden poner la epidural. ¿Cómo iba a “recibir” a mi hija completamente dormida?
Me vio mi ginecóloga y me dijo que el domingo, un día después, se haría la inducción. Tuve simplemente que aceptar que sería un parto inducido. No podíamos dejar que las plaquetas siguieran bajando. Esas dos noches en la clínica rogaba para que el parto empezara solo, pero no pasó. El examen del domingo temprano mostró que mis plaquetas estaban en 83 mil, es decir, seguían bajando. La anestesióloga me dijo que bajo las 50 mil ningún médico se arriesgaría a pincharme en la columna.
Todo seguía saliendo mal…
Ya mis plaquetas estaban bajas, ya sería una inducción… y las cosas empeoraban. El domingo 8 de abril bien temprano me escribió mi matrona. Y con temprano me refiero a las 1:44 de la mañana. No lo recordaba, lo veo ahora que reviso mi celular. No recuerdo si lo vi en el momento en que me mandó el mensaje o ya en la mañana. Decía: “Claudia te dejo el mensaje. Estoy de parto con la Dra haye. Asi que mañana los acompañará vivi. Te dejo su numero (sic)”. ¡Mi matrona no iba a estar conmigo! Iba a tener que tener a mi hija con alguien a quien no conocía, alguien que no sabía cuáles eran mis expectativas y deseos. Me sentí muy triste.
Sé que los partos no se pueden controlar, pero no estaba feliz, alguien más había podido iniciar su parto de manera natural y MI doctora y MI matrona estaban con ella. Y yo estaba sola. Me sentía sola al menos.
La inducción
Antes había preguntado cómo sería la inducción. Supuestamente era con un óvulo que introducían en la vagina. Lo último que quería era oxitocina sintética. Pero cuando inició la inducción, a las 10 de la mañana, Vivi, mi nueva matrona (con quien por lo demás terminé teniendo una buena experiencia a pesar de todo) me dijo que el método de inducción dependía de cómo estaba el cuello del útero. Y para poder saber cómo estaba debían hacer un tacto.
Quienes lo han vivido saben lo doloroso que puede ser. Dedos introduciéndose en tu vagina y el brazo haciendo una fuerza y presión increíbles. En mi caso no había dilatación o creo que dos centímetros, pero además seguía siendo un cuello largo. No se imaginan cuánto me dolió. Estaba aún tan cerrado que la inducción se haría con goteo, por vía endovenosa.
¿¡Por qué estaba pasando todo lo que yo no quería que pasara!? La verdad es que no tengo idea de qué fue lo que me metieron. No sé si era oxitocina o prostaglandinas o agua. No sé. Sí sé que todo iba sucediendo justo COMO YO NO QUERÍA QUE FUERA. Había leído tanto, había hecho ejercicios, fui al kinesiólogo, me preparé. Pero nada estaba sirviendo. Yo ya no tenía ese parto natural que tanto deseaba.
Pongámosle un poco de humor a mi experiencia de parto
Hoy me río, pero en ese momento no. Cuando aún no me dolían las contracciones apareció el anestesiólogo de turno. Me dijo que él sabía que yo quería un parto sin anestesia o con muy poca, pero que si llegaba a necesitarla prefería ponerme al tiro el catéter, cuando aún podía moverme bien y no me dolía. Dicen que las contracciones de una inducción son mucho más dolorosas, no lo sé, no tengo cómo comparar.
Resulta que cuando ya estaba en 4 centímetros de dilatación me estaban doliendo harto. Entonces pedí anestesia. El anestesiólogo me dijo que me pondría poco, que seguiría sintiendo. Al principio podía sentir un hormigueo en las piernas y en 15 minutos haría su efecto total. A los 15 minutos no bajaba el dolor, a los 20 tampoco. Pedí más anestesia. Llegó él y le dije: “soy una débil”. Me sentía débil por pedir más anestesia. Él decía que no importaba, que estaba bien. Pero yo creo que en el fondo pensaba que todas queremos partos naturales y al final no aguantamos.
Esperé 15 minutos, 20, no pasaba el dolor… ¿cuánta más anestesia podía pedir? La matrona pensó que quizás ya estaba mucho más dilatada y me estaban poniendo dosis muy bajas. Nuevo tacto, doloroso. 7 centímetros. No recuerdo por qué me paré y había sangre en la cama. Se preocuparon. El doctor me hizo unas pruebas de temperatura y entonces se dio cuenta de que no estaba recibiendo la anestesia. ¡Llegué a 7 centímetros de dilatación sin anestesia!
Tuvieron que ponerme otra vez el catéter, esta vez con el dolor fuertísimo de las contracciones. Gritaba “¡duele! ¡duele!” y el doctor asustado me preguntaba si me dolía la espalda, pero no, eran las contracciones. Una vez que me puso la anestesia pasó todo. Ya no me dolía, me cambió la cara. Pude comer, dejé que entrara mi suegra a saludar… me sentía mucho mejor.
La maniobra de Hamilton
24 de julio. Hoy vuelvo a retomar este escrito. El 9 de junio, cuando empecé a escribir, volví a llorar. Vamos a ver qué pasa ahora. Cada vez recuerdo menos el orden en que se dieron las cosas. Así que les voy a hablar de la maniobra de Hamilton, pero no sé en qué momento la hicieron. Fue la matrona. No estaba dilatando rápido así que la hizo. Popularmente se conoce como “romper bolsa”. En un parto normal esto debería ocurrir solo, pero recuerden que para mí todo salía mal.
Así que como no dilataba ella decidió que rompería la bolsa para acelerar el proceso. No tuve voz para decirle que yo no quería. No pude. Y como el tacto, duele.
Durante el embarazo había leído el libro “Nosotras parimos” y ahí hacían la distinción entre dolor y sufrimiento. Decía que las contracciones duelen, duelen físicamente, pero que la mujer no sufre. ¿Cómo vamos a sufrir si ese dolor nos traerá a la persona más importante de nuestras vidas? Pero en ese momento, mientras la matrona empujaba su brazo para romper la bolsa, las lágrimas salían de mis ojos y yo pensaba: “yo ahora no estoy sintiendo dolor, estoy sufriendo”.
La decisión de la cesárea
Eran cerca de las 20 horas. Había pujado de todas las maneras posibles: en cuclillas, de pie, acostada, afirmada de una barras, apoyada en mi pololo. Tenía dilatación completa y no salía. Para entonces mi ginecóloga ya estaba ahí. La anestesia había pasado y me dijo que debía aguantar, porque si me ponían más no iba a sentir cuando saliera. ¡Pero pucha que dolía! Metió los dedos y me hizo pujar. Dijo que la cabeza no avanzaba, nada, ni un milímetro. Así que me propuso lo siguiente: un poco más de anestesia, pujar dos horas más y si no, cesárea. Agregó que ella creía que terminaría en cesárea de todos modos.
Me insistió en que mi hija no estaba sufriendo, sus latidos estaban bien. Eso sí, al moverle la cabeza salió líquido amniótico con “tinte meconial”. El meconio es la primera caquita que hacen los recién nacidos y que se acumula durante el embarazo. Si ese meconio sale en el útero se corre el riesgo de que el bebé lo aspire y puede ser MUY peligroso. Mi ginecóloga no le dio tanta importancia, o sea, por ella seguíamos dos horas más. Pero a mí igual me dio miedo, además estaba cansada.
Así que le dije que si creía que terminaríamos operando, entonces que lo hiciéramos al tiro. No quería seguir pujando dos horas más.
La cesárea
Llegó nuevamente el anestesiólogo y me dijo que la dosis ahora sería alta porque era para cesárea. Que no sentiría las piernas y no las podría mover. La matrona, médicos y auxiliares iban de un lado a otro para preparar todo y llevarme a pabellón. Yo movía los pies y tenía miedo, así que le dije a mi matrona “¡puedo mover los pies!”. Pero me dijo que levantara la pierna lo más arriba que pudiera y bueno, no se levantó ni medio centímetro. Así que iba todo bien.
En pabellón había harta gente, no sé quiénes eran todos. Me sentía muy cansada y medio volada, imagino que por la anestesia. Llegó mi pololo (pareja) vestido para pabellón. Me hicieron pruebas para ver si sentía y no, solo una presión, pero nada de dolor. La luz enorme del pabellón tenía unas partes de metal y podía ver el reflejo de mi vientre por ahí. Pensé que los pabellones de parto debiesen tener espejos en el techo, cual motel. Pero que se pudieran tapar, porque entiendo que no todas tienen las tripas para ver cómo te abren. Pero yo quería ver. Así que vi, como pude, mientras hacían el corte y mientras tiraban y tiraban para sacar a mi Alelí.
Y nació, a las 20:13. El amor de mi vida. Aunque en ese momento no lo sentía tan así. Se la pasaron a mi pareja, estaba morada. ¡Era enorme! De hecho escuchaba los comentarios que decían que era una bebé grande. La tuve a mi lado, pero no encima. Unos dos meses después le dije a mi pareja que me la debió poner encima, no al lado. Yo quería tocarla, pero no podía mover los brazos entre vías venosas y ese aparato de la presión.
La pesaron y midieron ahí. 52,5 centímetros y 4 kilos 310 gramos. Era una bebé grande para mí que soy pequeña. No iba a pasar por el canal de parto. La matrona le dijo después a mi mamá que si pasaba la cabeza, probablemente el cuerpo hubiese quedado atascado.
Esta vez no lloré
No estoy llorando, me siento grande. Jaja. Por primera vez puedo recordar ese día y no llorar. Saliendo de pabellón la llevé en brazos hasta la pieza. En la camilla, por supuesto.
¡Ah! No les conté que mientras me cerraban el tajo me empezó a doler de nuevo. Así que tuvieron que ponerme más anestesia, ¿cómo no iba a estar volada?
Bueno, en la pieza estaba la familia, por suerte atinaron a estar un par de minutos y se fueron. La mayoría, mi mamá se quedó un poco más. Entonces llegaron las matrona de turno para intentar la lactancia. No se agarró… pero esa es otra historia (puedes conocerla acá).
Chicas, esta es mi experiencia de parto. Solo les digo que está bien tener expectativas, pero no tengan miedo si las cosas no resultan como lo esperan. No dejen que eso las haga decaer, porque a mí me pasó y lo pasé mal. Muy mal. Tan mal, que al principio no sentí una conexión instantánea con mi hija y me culpaba por eso.
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Hoy, después de todo lo que hemos pasado, estoy feliz. Esta niña es el amor de mi vida y la quiero y la amo como jamás pensé que podría. Hoy nos va muy bien, pero me hubiese gustado sentir esto desde el primer día. Si un día, Alelí, lees esto, quiero que sepas que todo este dolor y sufrimiento quedó atrás, en el pasado, y eres la persona más importante de mi vida. Y lo serás siempre (con tus hermanos, si llegas a tenerlos).
Dejé varias cosas en el aire, si tienen alguna duda yo estoy dispuesta a hablarlo para que nadie se desanime con sus embarazos y partos. Pueden dejarme sus dudas en los comentarios o en Instagram.
*La imagen destacada es del 7 de abril mientras estaba hospitalizada. Aún creía que esa noche podía comenzar el parto espontáneamente.
*Por si se lo preguntan la baja de plaquetas fue una “trombocitopenia gestacional”, es decir bajan las plaquetas durante el embarazo “porque sí” (o el hematólogo no supo decirme por qué, digamos que ese hematólogo valía hongo, además, ni siquiera recuerdo su nombre).
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